LAS QUE NACIMOS EN EL 72

03.10.2016 12:52

Las que nacimos en el 72 tenemos una historia de aprendizaje que nos ha hecho tener una visión del mundo especialmente divergente.

Las que nacimos en el 72 somos las hijas de la transición: con tres años vivimos el fin del franquismo, con seis vivimos la aprobación de la Constitución, con 10 años vimos la cazadora de pana de Felipe González,  y a partir de ahí no dejamos de vivir cambio tras cambio. Y eso nos ha marcado un pensamiento y un sistema de creencias elástico y adaptativo.

Nos educaron en colegios religiosos, de los cuales extrajimos todo el conocimiento que pudimos, y aunque nosotras aún fuimos de ir con flores a María los domingos de Mayo, con misas de capilla, también fuimos (y somos) peligrosas mujeres que leían (y leen) todo lo que caía cerca de ellas, y eso nos ayudó a pensar, a cuestionarnos el sistema de creencias en el que estábamos por inmersión, y empezamos a elegir en qué creer y cómo vivir. Y de aquellas niñas de colegio de monjas, salimos librepensadoras y libertarias, en el caso de mi mejor amiga, socialista de las de carnet, en mi caso, taoísta.

Nos dormían con cuentos de hadas y de príncipes azules, pero enseguida nos dimos cuenta del desteñido que producen, y después de sobrevivir a los chulazos de los ochenta a base de sentido del humor, subimos el listón. Siempre fuimos más del gracioso que del chulazo. No nos dejamos deslumbrar por caballeros de reluciente armadura y caballo blanco, nos hacía más gracia el de la Vespa negra. Y no necesitamos que nos salvaran, porque para eso teníamos a nuestra mejor amiga, que ya venía a darnos el respaldo que necesitábamos cuando nos rompían el corazón por sexta vez. Y seguíamos adelante, cada vez más sabias.

De nuestras madres aprendimos a cocinar, a coser, a “llevar casa”, y en ese aprendizaje, nuestras madres nos enviaron un submensaje rebelde y progresista, que sí que estaba muy bien aprender a “llevar casa”, pero “nena, tú estudia, ten tu carrera y ten tu autonomía”, y eso hicimos: y fuimos ingenieras, abogadas, psicólogas, maestras… y aprendimos de ellas la ternura de las emociones, y a estar conectadas a las personas, la responsabilidad y el compromiso.

De nuestros padres aprendimos a no ser como ellos, aprendimos a ser nuestra fuente interna de refuerzo positivo, aprendimos a vivir sin miedo, a arriesgar, a saltar con red, a cambiar, porque su inmovilismo fue nuestro movimiento, porque su necesidad de previsibilidad fue nuestra flexibilidad frente al cambio.

Las que nacimos en el 72 sabemos que todas las crisis pasan, pasó la de la reconversión industrial de los 80 y pasará la del 2016, por muy larga que se nos esté haciendo. Porque la historia de nuestras vivencias nos ha enseñado que todo pasa y todo llega, y de mientras hay que intentar disfrutar de todos los “algos” que nos ocurran en el camino. Porque también aprendimos a disfrutar del camino.

Las que nacimos en el 72 conocimos la fuerza de las personas, y organizamos sentadas reivindicativas y cortábamos carreteras en protesta por el estado de nuestro viejo Instituto, al más puro estilo Gandhi de resistencia pasiva.

Y nos adaptamos a la llegada de los ordenadores, y a la revolución tecnológica, a la llegada de los móviles, a la desaparición de las entrañables cabinas de teléfono. Y hoy tenemos perfil de Facebook, cuenta de Twitter y presencia en Linkedin. Quién nos ha visto y quién nos ve!

Y como dice el refrán “de aquellos polvos, estos lodos”, y ahora somos cuarentañeras (que no cuarentonas) que llevamos tomando decisiones sobre nuestra vida desde que, con 14 años, empezamos a cuestionarnos cosas, y a leer, y a reflexionar y a tomarnos la vida con humor.

Y cuando me siento un rato con mi mejor amiga, y pensamos en el punto en el que estamos, y miro a la gran mujer que tengo delante, no puedo dejar de creer que las que nacimos en el 72, gracias a todo lo que vivimos, a ser la generación de la transición, del cambio, de la adaptabilidad, de la divergencia, somos, en definitiva, una gran cosecha.

Artículo publicado en la revista digital Los ojos de Hipatia