El lado bueno de las cosas

21.03.2016 12:48

De hace un tiempo a esta parte todos hemos oído hablar del pensamiento positivo, de aquello de sonreír a la vida para que te devuelva la sonrisa, de que hay que buscar la felicidad en todo lo que hacemos, vemos, pensamos y decimos. Y probablemente muchos de nuestros lectores hayan probado a hacer alguna de estas cosas o incluso todas. ¿Y qué tal? ¿Cómo os ha ido? Me imagino que muchos de vosotros me diríais que fatal, que eso no funciona. Y tendríais toda la razón del mundo.

Hace poco me preguntaron “el pensamiento positivo ¿es positivo en sí mismo?”, y la respuesta es NO. El que yo sólo le sonría a la vida para que ésta me devuelva otra sonrisa (en forma de algún beneficio), no es únicamente un pensamiento limitado sino que incluso se podría calificar como un pensamiento mágico. Si he pasado una mala noche, o me duelen las muelas, sonreír al espejo (o a la vida) me va a servir de bastante poco. Porque mi cerebro no es tonto, y no se cree aquellas cosas que no son ciertas. No se va a dejar engañar por muy positivo que sea mi pensamiento, ante una realidad que de positiva no tiene mucho.

Yo a este tipo de estrategias, las denomino “el pensamiento positivo de las frases del Facebook”. Seguro que todos habéis leído en redes sociales todos esos mensajes positivos atribuidos a famosos pensadores y que se supone que tienen el poder de actuar como fórmula de la felicidad. Pues bien, esto no funciona así.

Tenemos que reconocer que esa búsqueda de la “Felicidad open 24 horas”, es un tanto absurda. Mi objetivo vital no debería ser sentirme permanentemente en un estado de Felicidad cercano al nirvana, al éxtasis teresiano. Si ponemos los pies en la tierra seremos conscientes que junto a la felicidad también existe el sufrimiento, y muchas emociones más. Y todas tienen algo en común: que son ÚTILES. Nos han acostumbrado a clasificar las emociones en buenas y malas: la alegría, buena, la tristeza, mala. Este reduccionismo no es más que eso, un reduccionismo bastante inútil e incluso peligroso. Todas las emociones se han mantenido en el acerbo filogenético precisamente por su utilidad. Es útil sentirse alegre, y es útil sentirse triste, airado, o con miedo. Sólo cuando estas emociones se manifiestan en contextos en los que pierden su utilidad pueden generar desequilibrios: si mi miedo (que era útil) se extrapola a contextos donde no es necesario, se puede producir una fobia, que es limitante, que no me ayuda y que me desequilibra.

Partiendo de esta idea de que las emociones son lo que son, útiles, lo que sí que podemos implementar son estrategias que nos ayuden a reconocer nuestras emociones, a evaluar su procedencia y utilidad y a aceptar su presencia en nuestra vida como parte de nosotros mismos.

Una de estas estrategias es el Reencuadre. El reencuadre nos permite abrir la mente para poder evaluar la realidad poliédrica en la que vivimos. Y es que en la vida vamos a tener que enfrentar situaciones y experiencias positivas y negativas. Y lo que hemos aprendido es a vivirlas en blanco y negro. Las positivas son positivas y las negativas, negativas. Sin más discusión. Pero como he apuntado la realidad es mucho más poliédrica y divergente que este planteamiento tan simplista. Si nos paramos a pensar detenidamente nos daremos cuenta de que en aquellas situaciones en las que nos equivocamos, en las que alguien nos indicó algo que le disgustaba de nosotros o en las que nos corrigieron, fueron las situaciones en las que más aprendimos. Fueron experiencias negativas que trajeron algo positivo: un aprendizaje vital para no cometer el mismo error una segunda vez. Y eso es muy importante. El reencuadre parte de la idea de que todo lo que ocurre tiene una intención positiva. Una intención positiva no significa que sean experiencias positivas en sí mismas, sino que a la corta, a la media o a la larga, nos daremos cuenta del beneficio que hemos obtenido de esa experiencia, qué hemos aprendido, cómo nos ha cambiado, qué estrategia o herramienta aplicamos, cuál fue su eficacia, cómo podríamos haberlo hecho mejor, qué es lo que no debo volver a hacer. Y ahí radica el verdadero pensamiento positivo. Un pensamiento que es proactivo, que nos mueve a la acción, que nos permite ver la oportunidad de crecer, de hacer cambios generativos con cada experiencia o reto que la vida nos plantea.

Si nos olvidamos de esa búsqueda de la Felicidad abstracta, sin sentido, basada en estos presuntos pensamientos positivos que el cerebro no se cree, acabaremos frustrados, airados y agresivos. Todo lo contrario a lo que andábamos buscando. Más nos vale implementar estrategias que, como el reencuadre, nos permitan poseer nuestras experiencias, aprender y seguir aprendiendo de ellas, y en definitiva, que nos ayuden a ser proactivos y apreciar el lado bueno de las cosas.

Artículo publicado enel número 3 de la revista Los ojos de Hipatia