LA CRIANZA CON AMOR

01.12.2015 19:19

Después de observar muchas interacciones entre padres e hijos he llegado a una serie de conclusiones sobre las pautas de crianza actuales: se respeta poco a los niños, se les escucha poco, casi no se comparte su mundo y las pautas comunicacionales distan mucho de ser constructivas.

Cuando refiero que se respeta poco a los niños, me refiero a ese mal vicio que tienen los adultos de pensar que los niños sólo hacen o dicen tonterías. Los niños son niños, se comportan como niños y viven en su mundo de niño. Con lo cual no podemos esperar que se comporten como adultos en miniatura. El mundo del niño comienza con él mismo y se va agrandando a medida que el niño crece, deja de ser niño y comienza su vida adulta. Y ese mundo no deja de crecer mientras nosotros seguimos creciendo. Pero es un mundo de etapas. Y en la etapa infantil el mundo de un niño es pequeño, no tiene un gran bagaje de experiencias y desde los adultos se debe comprender que el niño es niño y dejarle ser niño, respetándolo y comprendiéndolo y no exigiéndole más de lo que el niño puede hacer según su etapa de desarrollo.

En cuanto a que se les escucha poco, es una prolongación de la reflexión anterior. No escuchar a un niño es un gran error. El niño necesita (como cualquiera a cualquier edad) expresar lo que piensa y lo que siente para aliviar stress, aclarar dudas, aprender, etc. Y es responsabilidad de los adultos que rodean al niño escuchar sus demandas, sus comentarios, sus expresiones emocionales y ayudarle a canalizar todo lo que siente de forma proactiva. Si esto se hace se está contribuyendo a generar adultos psicológicamente fuertes. Además los niños tienen una sabiduría muy interesante. Cuando se escucha a un niño podemos extraer su visión del mundo, comprender su lógica y posiblemente aprender algo de él.

Compartir el mundo del niño es muy importante para el niño y muy edificante para el adulto. Compartir el mundo del niño significa pasar tiempo con él, compartiendo lo que el niño hace: jugar, dibujar, pintar, etc., todas estas cosas que no nos permitimos hacer cuando somos adultos y que, probablemente, nos hacían muy felices cuando éramos niños. Compartir el mundo del niño permite al adulto conectar con emociones muy positivas así como conectar con su niño interno. Con lo cual cuando un adulto comparte el mundo de un niño, no sólo está ayudando mucho al aprendizaje y desarrollo del niño, sino que también le reporta un gran beneficio en forma de emociones positivas.

Y el colofón de todo lo que estamos comentando viene dado por la comunicación. No nos podemos comunicar de la misma forma con un niño que con un adulto. Al niño hay que hablarle con frases cortas, mensajes claros y órdenes por objetivos. Cuando digo mensajes claros me refiero a que hay que evitar enviarle al niño información contradictoria, por ejemplo, amenazarle con que no va a merendar galletas y luego darle galletas para merendar. Este tipo de información al niño no le ayuda a comprender la conducta del adulto, más bien al contrario le produce muchas dudas y no le permite predecir las consecuencias de sus actos ni de los actos de los adultos ya que no existen patrones de conducta causa efecto que el niño pueda aprender. Y cuando hablo de órdenes por objetivos es decirle al niño exactamente lo que queremos que haga en frases enunciadas en afirmativo, por ejemplo, si queremos que el niño no corra, no debemos decir “¡No corras!” sino “Cariño, camina despacio”, y esto porque el cerebro (el del niño y el del adulto) procesa en afirmativo y si damos una orden en negativo (comenzando con “no”) el cerebro procesa primero la acción afirmativa (en nuestro ejemplo, correr) para después procesar el contrario (no correr), pero al procesar primero en afirmativo la conducta ya se desarrolla. De ahí que cuando al niño le decimos que no corra, sorprendentemente, corre más.

En conclusión debemos tener en cuenta,  que los niños por el mero hecho de ser niños no son impermeables a lo que ocurre a su alrededor sino todo lo contrario, y en consecuencia,  los niños se estresan y se deprimen, como los adultos, con la limitación de que ellos no pueden expresar de forma exacta este tipo de emociones, con lo cual, como adultos, tenemos la responsabilidad de cuidar de los niños de forma proactiva, comprendiendo que los niños son niños, respetándolos, compartiendo su mundo, en definitiva contribuir a su desarrollo con amor. Porque los niños de hoy serán los adolescentes de mañana y los adultos de la semana que viene. Y todo lo que podamos hacer porque los niños tengan una infancia segura y amorosa repercutirá en su vida adulta haciendo de ellos adultos adaptativos y psicológicamente sanos.

 

Artículo publicado en la revista digital Los ojos de Hipatia